La nueva educación pública como desafío educativo

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05 / 08 / 2018

El Mostador. Columna de José Weinstein.

Publicación original AQUÍ.

La trayectoria escolar de los estudiantes, desde el prekinder hasta el fin de la educación media, se vería beneficiada con una articulación del trabajo en jardines, escuelas y liceos. Adicionalmente las redes pueden integrar a otras instituciones, como las universidades o, en el caso de los liceos técnicos, las empresas, que pueden realizar un aporte de fuste. La mejora en los territorios de los SLE podría distinguirse por esta característica asociativa y de cooperación extendida.

Este año se ha iniciado el proceso de instalación de la Nueva Educación Pública. Ya hay dos Servicios Locales de Educación (SLE) en funciones: Barrancas y Puerto Cordillera, en las regiones Metropolitana y Coquimbo respectivamente. Hacia el final del gobierno del Presidente Piñera deberán estar en pleno funcionamiento once SLE. El proceso de instalación es de alta complejidad desde el punto administrativo y financiero, debiendo los nuevos SLE hacerse cargo de la situación que arrastraban los municipios -lo que, en casos como Cerro Navia, se traduce en gigantescas deudas con sus docentes. Sin embargo, ello no debiera implicar perder el foco en lo esencial: generar una nueva calidad en la enseñanza que se imparte en jardines, escuelas y liceos de los SLE. La Nueva Educación Pública debiera ser, antes que nada, ejemplo de una buena educación.

Para avanzar en esta dirección, hay al menos tres piezas que debieran ser activadas.

La primera es la definición de un horizonte claro hacia el cuál orientar las diferentes iniciativas. Ello, siguiendo la Ley, se expresa en la formulación de la Estrategia Nacional de la Educación Pública como marco mayor, y, a nivel de los SLE, en sus Planes Estratégicos. Estos últimos deben plantearse objetivos a seis años plazo. Definir este “norte educativo” es una oportunidad de oro para fijar metas desafiantes que movilicen los esfuerzos de miles de directivos, docentes y estudiantes en los próximos años. Es también una ocasión para reivindicar las características particulares que debiese tener la educación de acuerdo a la realidad de cada territorio (¿no debiesen tener los SLE la aspiración de contar con programas de estudio propios en las disciplinas más ligadas a la historia, geografía y cultura local?). La elaboración misma de los Planes podría estar marcada por una decidida participación de los distintos actores educativos, constituyendo un hito en la identidad educativa del SLE respectivo.

La segunda es el inicio (o el potenciamiento) de procesos de mejora escolar en cada establecimiento. Estos procesos de mejora requieren un protagonismo central de las propias comunidades escolares, partiendo por sus directivos, de manera de no repetir la frustrada experiencia de intervenciones (o programas) que se “bajan” desde afuera. Asimismo debe evitarse el riesgo siempre presente de confundir mejoramiento con activismo y repletar la vida escolar de innumerables acciones inconexas que distraen la energía de docentes y estudiantes. Aprovechar lo ya existente, en especial toda la rica experiencia acumulada a partir de la Ley SEP, con sus proyectos de mejoramiento educativo, es esencial. Deben combinarse los avances en infraestructura y equipamiento, con avances en la convivencia escolar. Pero no se debe descuidar lo esencial: desplegar estrategias de mejoramiento del aprendizaje de todos los estudiantes. Esto es especialmente urgente en las escuelas que están clasificadas como “insuficientes”, las que, de no mejorar sus resultados, debiesen cerrar el año 2021.

La tercera consiste en la instalación de un potente trabajo en red entre los establecimientos. Los SLE pueden, por su definición y envergadura territorial, superar la arraigada cultura del trabajo aislado de cada jardín, escuela o liceo. Las redes pueden saltar desde un estadio inicial del intercambio de información para transformarse en herramienta efectiva de cambio. Así los establecimientos pueden apoyarse entre sí y pueden enfrentar en conjunto sus desafíos educativos. La trayectoria escolar de los estudiantes, desde el prekinder hasta el fin de la educación media, se vería beneficiada con esta articulación del trabajo de jardines, escuelas y liceos. Adicionalmente las redes pueden integrar a otras instituciones, como las universidades o, en el caso de los liceos técnicos, las empresas, que pueden realizar un aporte de fuste. La mejora en los territorios de los SLE podría distinguirse por esta característica asociativa y de cooperación extendida.

La Nueva Educación Pública tiene un enorme desafío educativo por delante. El reciente SIMCE nos recuerda, como todos los años, la tarea pendiente.